Fast Food Ferroviario

El proyecto del tren Santiago-Valparaíso tiene un buen comienzo, sobre todo si se parte del principio de la necesidad que tiene nuestro País de volver a establecer políticas públicas de movilidad que sean transversales y continuas en el tiempo, tal como ha sucedido con el metro en la Región Metropolitana. Muy a pesar de las distintas posturas y opiniones que han surgido de este proyecto, es importante mencionar que una de las grandes formas de generar desarrollo, pasa por el simple hecho de visualizar posibilidades de expansión y crecimiento en nuevas entidades territoriales, así como de poner en contexto a personas y comunas que históricamente han sido olvidadas.

Si bien es cierto que nuestro País tiene grandes carencias de conectividad local, comunal, intercomunal y regional, no es menos cierto que para poder solucionarlos, tenemos que comenzar a hacernos cargo de cosas concretas, y que puedan servir en el mediano y largo plazo, para dar pie a otras necesidades.

A lo largo de todo este tiempo en mis traslados cotidianos, he escuchado personas decir que existen estaciones del metro y de micros que son inútiles porque demoran los tiempos del recorrido, así como también, numerosos usuarios que critican las velocidades de los sistemas de transporte público, argumentando pérdidas de tiempo para realizar otras actividades.

En relación a esto, llama la atención como en las últimas décadas hemos enfocado la mirada en la necesidad de introducir mayores “velocidades” a los sistemas de transporte, o recortar distancias para que su traslado sea más eficiente, sin detenernos a pensar por qué tenemos esa necesidad de movernos cada vez más rápidos. Y la respuesta es más simple de lo que creemos: por que no tenemos ciudades suficientemente homogéneas que tengan planes y desarrollos de integración social, donde el trabajo, el descanso y la diversión no requieran de grandes movimientos. Por que cuando tenemos que trabajar, pensamos en la hora de llegada y de salida de una oficina a cientos de kilómetros, y no en el objetivo de la actividad en sí; porque cuando tenemos que descansar, pensamos en la necesidad de apurarnos para dormir por que se nos acaba el tiempo que usamos para movernos; porque cuando queremos divertirnos, tenemos que hacerlo con precaución, ya que nuestros destinos están lejos y tenemos la necesidad de llegar a ellos a altas horas de la noche. Todo lo anterior -que se expone de una forma abreviada de muchas otras variables- significan tiempos que nos consumen y que nos obligan a la necesidad de pensar como movernos más rápido.

Sin embargo, a pesar de que no estamos exentos de ser seres atemporales, la solución pasa por pensar las ciudades con una mayor capacidad de servicios, para que las movilizaciones sean acotadas y específicas y no dependan estrictamente del tiempo y de su transporte. La movilidad no debe ser un tema para el trabajo, y por supuesto, menos para el descanso y la diversión. De hecho, menos movilidad en tramos lejanos, genera un mayor bienestar social y una mejor producción.

Pero como todavía tenemos una cultura e idiosincrasia de la velocidad, de la producción rápida y de la separación de actividades, nuestras comunas, ciudades y regiones no funcionan bien y, por ende, creemos necesario tener trenes “bala”, micros “bala” o metros “bala” para que podamos alcanzar a hacer todo en un día. Es tan paradójico como cuando nadie discute la norma de tránsito que establece que, para no exceder el límite de velocidad, la persona se tome el tiempo necesario para planificar el viaje y salir con anticipación. O como cuando decidimos, antes de pensar la comida como un acto solemne, en comernos una hamburguesa o cualquier comida Fast Food o chatarra, para agilizar los tiempos. No discuto, por cierto, la libertad de la persona a decidir sobre lo que debe o no desayunar, almorzar o cenar. El análisis pasa por un razonamiento sólo de condicionamientos temporales.

Y así, con esa misma lógica, muchas personas están viendo y criticando el proyecto. A muy pocos les interesa la conectividad y expansión de las comunas y de los sectores que pueden ser potencialmente atractivos para el desarrollo; a muy pocos les importa que se mejore, aunque sea parcialmente, la congestión vehicular en la ruta terrestre a Valparaíso; a muy pocos les importa tener un sistema de transporte alternativo, incluso que este sea también de carga.

Lo que importa, al final es buscar gastarse cualquier cantidad de recursos y/o producir alteraciones geográficas, sin importar la billetera fiscal -por cierto, tan criticada por aquellos que paradójicamente quieren un tren “bala”- para solucionar puntualmente sus necesidades de movilidad rápida entre esas dos regiones.

Mientras tanto, dejo a la reflexión la necesidad de pensar también en cómo pausar la velocidad y planificarse como individuo. Caminar, pedalear, ir en micro, en bus, en metro, en tren, en auto o en avión debe ser una acción de disfrute del recorrido. Que nuestro trayecto sea un momento de reflexión, de pausa y de bienestar. Que la movilidad una, conecte y genere sentido social, además de transportarnos a un punto específico. Porque, si no, al final del día, lo único que se logra es reafirmar aquel dicho que dice que “del apuro solo queda el cansancio”.

Cristian Angelucci.

Arquitecto.

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